31.3.10

Paseos

Puede que la felicidad consista en este deambular sin rumbo preciso por la ciudad despierta, tomar un café y continuar el paseo, observando a la gente entre la que pasamos y sentirte habitado por ella, por esta ciudad que es un poco tuya en cierto modo, sentir también que te habitan otros, a los que llevas contigo dentro, aunque no lo sospechen y nunca lo sepan, y que están viendo a través de ti las cigüeñas encaramadas a la torre y las plazas donde se reune la alegría del viajero y los niños que corren a su antojo. En este múltiple vivir tal vez radique esta alegría que te ronda últimamente, la certeza de que tus huellas han quedado ligadas con hilos invisibles de cometa a las calles, las esquinas, las aceras, y en todas, pervivirá tu espíritu de paseante solitario que sonríe, no sabes muy bien por qué pero tampoco importa, mientras puedas seguir haciéndolo en todas las ciudades que te esperan.

29.3.10

Laberintos

A veces un libro o una película nos enseñan de golpe más de nosotros mismos que todo el tiempo que andamos dándole vueltas en nuestra cabeza a lo pasado. Aún así, acaso la felicidad sea encontrar otros seres que, sin conocerte apenas, te desvelen nuevos recodos del laberinto que somos, nuevos lugares --dentro de ti--, que explorar y en los que poder vivir durante años, con la certeza de que eso siempre será más valioso que hallar la salida, que el tiempo así vivido iluminará las sombras que siembra la maleza, que tras cada uno de estos encuentros, te sentirás menos solo, porque aunque cada uno siga viviendo su propio laberinto, en algún punto éstos se cruzaron, dejaron de ser islas que encierran minotauros, fueron la fuente que marca el alto en el camino, mágicos lugares donde beber, junto al agua fresca, la alegría de hablar con otros, de encarar el horizonte con una sonrisa repleta de optimismo y de seguir dibujando laberintos.

27.3.10

Paisaje

Acaso la felicidad sea querer detener el tiempo, como quien desea retener entre las manos la arena fina de la playa y siente que se le escapan los granos uno a uno, conscientes de la inutilidad del gesto pero no por ello menos dispuestos a intentarlo; acaso sea ver un paisaje con ojos nuevos, con la mirada que sólo otorgan la matemática perfección de los olivos, tan íntimamente unidos entre sí, como los versos de un poema que han quedado enredados a un oído largo tiempo dormido bajo el peso de la rutina y la inercia y que hubiese despertado de su letargo bajo el efecto curativo de la música que envuelven las palabras, la serenidad que te regalan los otros y te han alejado --sólo unos días y tan pocos--, de tus prisas estériles, esas que nunca aprendiste a domar y te han ido secando por dentro, como el pozo que ignorantes vacíamos de agua fresca y termina cubriendo la maleza y del que sin embargo guardamos un vago recuerdo, suficiente para alimentarnos hasta que la vida, en su azar, se digne entregarnos algún otro día luminoso, de los que dan razón de ser a la existencia porque llegan cuajados de memorias del que fuiste y de semillas que germinarán en un mañana venidero y te devuelven una imagen más real de ti frente al espejo.

26.3.10

Primavera

Puede que la felicidad sea escuchar hermosos versos en voces infantiles, dejar que la brisa y las dunas te acaricien el alma lastimada, vivir sin prisas las horas de una noche mientras hablas, recuperar la sensación de las palabras que se agolpan bajo el temblor de una emoción, sentir que la claridad inunda hasta las más tristes sombras y en el desvelo florecido de estrellas, recibir, sin saberlo, la temprana visita de una nueva primavera repleta de esperanzas.