27.3.10

Paisaje

Acaso la felicidad sea querer detener el tiempo, como quien desea retener entre las manos la arena fina de la playa y siente que se le escapan los granos uno a uno, conscientes de la inutilidad del gesto pero no por ello menos dispuestos a intentarlo; acaso sea ver un paisaje con ojos nuevos, con la mirada que sólo otorgan la matemática perfección de los olivos, tan íntimamente unidos entre sí, como los versos de un poema que han quedado enredados a un oído largo tiempo dormido bajo el peso de la rutina y la inercia y que hubiese despertado de su letargo bajo el efecto curativo de la música que envuelven las palabras, la serenidad que te regalan los otros y te han alejado --sólo unos días y tan pocos--, de tus prisas estériles, esas que nunca aprendiste a domar y te han ido secando por dentro, como el pozo que ignorantes vacíamos de agua fresca y termina cubriendo la maleza y del que sin embargo guardamos un vago recuerdo, suficiente para alimentarnos hasta que la vida, en su azar, se digne entregarnos algún otro día luminoso, de los que dan razón de ser a la existencia porque llegan cuajados de memorias del que fuiste y de semillas que germinarán en un mañana venidero y te devuelven una imagen más real de ti frente al espejo.