3.2.09

Espejos antiguos

Llega un tiempo en el que lo que más infelicidad nos causa es no reconocer nada ni a nadie. Tampoco el no ser reconocido. Por eso, si un amigo te cuenta que encontró una vieja postal que le enviaste hace ya demasiados años cuando aún eras viajero o que una carta cayó de improviso de una carpeta polvorienta mientras rebuscaba un papel necesario y que en su lectura, te reconoció como eras, alegre y vitalista, y fue ese simple recuerdo contado, como recuperar en su alegría un trozo de aquel que fuiste y ya sabes con certeza que no eres pero al menos tienes una prueba reciente de que existió, a veces hasta dudas; puede que en esos momentos aprendas que los espejos antiguos no son bellos por la calidad de su madera o la talla de su marco sino porque sólo ellos nos devuelven imágenes verdaderas de áquel que fuímos, del mismo modo que hacen los viejos amigos, esos que no sólo nos conocen y a quienes no podemos engañar, sino que además nos lo perdonan casi todo, al menos , no seguir siendo como entonces y ser tan distintos.