13.4.09

Puede que la felicidad sea el chirrido de los automóviles sobre las calles cubiertas de cera tras la Semana Santa recién acabada, la embriaguez de los olores mezclados con la luz de primavera que se apropia de las tardes y acorrala cada vez más a la noche y que va prendiendo en nuestras ropas sin que lo notemos, apaciblemente, sin prisas pero con la rotundidad con la que la Naturaleza hace todas las cosas, anuncio de un tiempo y un espacio donde todo nos invita a buscar no sabemos qué fuera de nuestro refugio, que nos mantiene alerta sin saber de qué peligro o imprevisto y donde nuestro cuerpo se aligerará de la carga pesada del invierno y albergará, aunque nada extraordinario haya sucedido, la esperanza de una vida cubierta de la claridad más luminosa que los cielos nos otorgan.